En los últimos años, el sector del agua embotellada en España no ha parado de crecer: su facturación anual es de 900 millones de euros y en 2015 produjo 5.392 millones de litros, la mayoría de agua mineral natural. Y si prospera es porque hay demanda: somos el cuarto país de Europa que más agua envasada consume, 115 litros per cápita.
Sin embargo, y teniendo en cuenta que el 99,5% del agua de grifo en nuestro país es potable, según el último informe técnico del Ministerio de Sanidad, ¿existe algún motivo para beber agua embotellada o se trata de puro marketing?
A nivel sanitario, la mayoría de expertos coinciden en que el agua mineral natural embotellada y la de grifo cumplen con todos los requisitos para su consumo, y que las propiedades de ninguna es determinante para empeorar o mejorar nuestra salud. Aun así, los contaminantes que puede contener cada agua, pese a estar permitidos y controlados, mantienen la controversia sobre cuál es más sana.
El agua de grifo se trata con cloro y contiene multitud de químicos
En España el agua corriente procede de varias fuentes y suele recorrer grandes distancias hasta llegar a los hogares. Por ello, es obligatorio desinfectar este líquido principalmente con cloro y otros compuestos derivados del mismo que garanticen su seguridad alimentaria. Pero ¿suponen estos tratamientos algún riesgo para la salud?
Algunas investigaciones han demostrado que los compuestos que forma el cloro con la materia orgánica del agua aumentan el riesgo de que un bebé nazca con defectos congénitos, o de que una mujer tenga cáncer rectal o de vejiga, entre otros problemas de salud.
Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que estos riesgos son superados por los beneficios que supone desinfectar el agua. Además, a medida que se han estudiado los efectos de estas sustancias cloradas se ha creado una legislación que establece los límites en las que se pueden encontrar.
En el agua corriente, también se detectan multitud de químicos, como nitratos, fluoruros, antimonio, metales pesados, plaguicidas, pesticidas o diferentes patógenos microbiológicos. La mayoría entran en el medio acuático principalmente a través de aguas residuales, y la actividad agrícola y ganadera.
Aunque, los niveles de todos estos contaminantes también están regulados por ley, y sujetos a un triple control por parte del Ministerio de Sanidad, los ayuntamientos y las gestoras del servicio. Además, cualquier persona puede acceder al registro de las pruebas que recibe su agua en la web del Sistema de Información Nacional de Agua de Consumo (SINAC), que pertenece al Ministerio de Sanidad.
Los que no aparecen en este registro son los contaminantes emergentes: fármacos, compuestos perfluorados, hormonas, drogas u otros químicos detectados en los últimos años en los medios acuáticos, y que al encontrarse en fase de estudio no están incluidos en la legislación vigente. Aun así, la OMS y estudios sobre aguas residuales y aguas de grifo concluyen que la mayoría de cantidades detectadas son demasiado pequeñas para poner en riesgo la salud humana.
Las botellas de agua pueden liberar disruptores endocrinos
El principal motivo para beber agua mineral natural embotellada, según la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (Aneabe), es su origen natural: se obtiene siempre de las mismas fuentes subterráneas, y sin pasar por tratamientos químicos ni microbiológicos.
Sin embargo, los plásticos que la envasan no son naturales, y cuando permanecen largos periodos de tiempo a temperatura ambiente liberan sustancias químicas capaces de alterar el equilibrio hormonal del organismo, conocidas como disruptores endocrinos.
Un estudio, realizado en nuestro país, detectó estos tóxicos en todas las aguas minerales naturales analizadas (29 muestras), aunque en concentraciones permitidas por la normativa europea. Ninguno de ellos era el polémico bisfenol A, ya que en España la mayoría de botellas están hechas de tereftalato de polietileno (PET), que está libre de este aditivo.
De este plástico también puede migrar al agua antimonio. Un elemento clasificado como posible cancerígeno, y que la OMS tampoco considera una amenaza para la salud al encontrarse en cantidades ínfimas.
El sabor del agua de grifo es diferente en cada región, pero siempre es más económica y sostenible que la de botella
El sabor es uno de los principales motivos por el que los españoles deciden beber agua embotellada: en las comunidades donde el agua de grifo tiene peor gusto, como Baleares, Comunidad Valenciana y Cataluña, las personas compran más agua envasada que en Madrid, País Vasco o Asturias, donde sabe mejor.
En cuanto al precio no hay discusión sobre cual es más económica: un litro de agua de grifo vale 0,0016 € de media en España, mientras que uno de agua embotellada, de marca barata, puede costar 0,14€ si la botella es de 1,5 litros y 0,08€ si es de 5 litros.
A nivel medioambiental tampoco hay debate sobre cual implica un mayor impacto ecológico: beber agua de grifo evita los gases de efecto invernadero procedentes de la fabricación, envasado, transporte, recolección y reciclado o incineración de las botellas. Y al mismo tiempo, reduce el número de plásticos que acaban en el entorno, que con el ritmo actual se espera que en 2050 haya más que peces en el mar. Además, ahorra la huella hídrica del agua embotellada: por cada litro de agua envasada se necesitan 3 litros del mismo líquido.
Ahora bien, disponer de agua de grifo potable en la mayoría de hogares también tiene un elevado coste medioambiental: la construcción de embalses, conductos y plantas de potabilización, además de su uso y mantenimiento. Pero, por su precio y posiblemente también por cuestiones técnicas, es la única que garantiza el derecho humano que reconoce la ONU al agua potable. Y es por ello que su impacto ecológico, aunque no siempre esté justificado, no es evitable.
Autor: Juan Gayá, Periodista ambiental y científico